XVI Concurso Nacional de Lanzamiento de Legón: La culpa es del demonio

El sábado fui con Dani y Tania y Paco y Franky a El Paraje.  Allí lanzamos legones, nos emborrachamos e hicimos amigos. Yo me sigo preguntando qué significa ser hombre, pero eso tampoco es nuevo. Ah, dice Dani que no me olvide de decir que huele mal que el concurso de lanzamiento de barril cerveza de El Hurtado, Archena, haya coincidido con el de legón. Diego Mulero, estamos contigo.

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El tío de la gorra al que todo el mundo mira es mi colega Paco.

Resulta que la camarera es la tía del 4×4. Llega a la mesa y nos reconoce y yo trato de explicarle la situación. Le digo que hemos llegado demasiado temprano y que… ¿Entonces un litro y cuatro vasos? No está para historias. Los cuatro asentimos al unísono y yo me pregunto en qué momento he pensado que a esta mujer le podría interesar lo más mínimo nuestra puta vida. Le pregunto a Dani si ha visto ahora los tatuajes del brazo de la tía. Niega con la cabeza. Yo me he dado cuenta hace un rato, cuando ha sacado su brazo izquierdo del 4×4 para indicarnos dónde iba a ser el concurso y ha dicho: Bueno, venga, seguidme, que os llevo yo. Entonces ha guardado su brazo tatuado y ha metido primera. Dani la ha imitado.

El concurso se va a celebrar en un bancal. Y en el bancal no había ni Dios. Eran las seis y media y teníamos nuestras tres gargantas como tres alfombras de mojama. Ha llegado una pareja de viejos. Cargaban las sillas de playa como si fueran muletas de madera. Las han colocado a la sombra de los melocotoneros y se han sentado y se han puesto a discutir sobre de dónde venía el aire. Al lado del bancal, en el camino asfaltado, había una furgoneta blanca. De sus tripas salían disparadas barras de hierro. Estaban montando el tinglado. Hemos decidido esperar a Paco, que acababa de mandarle a Dani un vídeo de su entrenamiento, y buscar un bar. En el vídeo se oía a un crío diciendo: el tito va a romper algo.

Niños en bicicleta empeñados en enseñar(nos) a los forasteros cómo se hacen las cosas aquí, vecinos hospitalarios, aire limpio, calor soportable…si yo no hubiera crecido en un pueblo parecido a El Paraje, diría que la escena era idílica. Pero sé que las cosas no van así. Son muchos años. He pensado que estaba al caer una bocanada de fascismo. O que nos daríamos cuenta de que las ruedas del Corsa están pinchadas. O quizá uno de esos hierros acabe entre nuestros ojos. Entonces ha bajado de la furgoneta una mole  de 2×2 y se ha apoyado en el lateral de la furgoneta. Iba a decir que la mole iba vestida de camuflaje, pero ese es un verbo demasiado suave. Alguien así no se viste. Yo qué sé: se tapa, se cuelga ropa, se enrolla, se ata…pero no se viste. Tiene la cabeza como un bloque de mármol, como si hubieran esculpido su cuello a conciencia para poder soportar tamaño mamotreto. Si sus brazos fueran calcetines, los tres cabríamos dentro y nos sobraría espacio para invitar a alguien a cenar. Y yo sé quién es. Se lo he dicho a Dani y a Tania: Ese es Diego Mulero. Ha ganado casi todas las ediciones.

¿Ediciones de qué? Ah, sí: datos. En 1997, Martín y Antonio Luis Fenollar estaban en el sofá de casa. Yo me los imagino despatarrados, follándose los límites del manspreading, ocupando un sofá familiar entre los dos. El caso es que en la tele apareció el concurso de lanzamiento de azadón de Navarra. Martín tragó aire y le dijo a Antonio Luis: Si estos lo hacen, ¿por qué nosotros no? Antonio Luis no prestó demasiada atención, pero ya era demasiado tarde: su hermano estaba viendo la película. El legón solo existe en Murcia, dice Antonio Luis, y eso convierte al concurso de lanzamiento de legón en…único en España. Un año más tarde, y con dinero de la comisión, los Fenollar organizaron el I Concurso de Lanzamiento de Legón. Y aquí es donde aparece Diego Mulero. Dice que pasaba por allí y vio lo que había montado y decidió participar. Quedó segundo. Martín Fenollar todavía se acuerda: Yo gané en 2006 y 2007, hasta que un día apareció Diego y nos dio una palmetá a mi hermano y a mí y nos dijo que ya no íbamos a comer más jamón. Y así ha sido.

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Los coleguicas.

En la categoría masculina, el primer ganador consigue un jamón. El segundo, un saco de cebollas y el tercero, una botella de vino. En la categoría femenina solo hay un premio: jamón para la primera. Dice Diego que su mujer va a comprar un jamón  –el concurso se celebra una semana antes de las fiestas de El Paraje- y que él siempre le dice: Espérate, mujer que ya viene el legón por ahí.

En 2010, los Fenollar, Diego Mulero y Ángel Campillo decidieron crear la Federación Deportiva El Legonazo. Ahí empezamos a hacer las cosas en condiciones, dice Martín. Entonces les dio por levantar la cabeza y mirar a alrededor. Fueron al concurso de lanzamiento de azadón de Jumilla, al lanzamiento de barril de cerveza, en El Hurtado, Archena, y al lanzamiento de ladrillo, en Ceutí. Siempre ganó Diego. Cuando le preguntan cuál es el secreto, arruga el morro y responde: Tirar fuerte. ¿La técnica? Esto no tiene ninguna técnica.

Entonces han llegado Paco y su sempiterna sonrisa y hemos ido a un bar. Y resulta que la camarera es la tía del 4×4. Dice Paco que su sobrino ha acertado: a estas horas, en Aljucer hay una farola menos. Nos ventilamos dos litros como si nuestra estabilidad laboral dependiera de ello. Al tercero, repartimos los roles. Sabemos que nos iremos de aquí borrachos. La diferencia es que lo haremos mientras notamos cómo se nos va trabando la lengua: ellos lanzarán el legón y comentarán detalles con sus rivales locales –que si más cadera, que si más muñeca- y yo observaré y hablaré con todo Dios y luego escribiré.

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Mis amigos pidiendo a gritos que el Estado se haga cargo de ellos.

Dani me señala y dice: No, tú tiras. Si no, ¿de qué coño vas a escribir? Le digo que lo sentiré a través de lo que ellos me digan. Me responde que eso son mariconadas. Le menciono a Hunter S. Thompson y resopla. La verdad es que llevo toda la semana follándole la oreja con uno de mis mayores ídolos. He repetido dos frases: Tío, es que si Hunter S. Thompson hubiera nacido en Murcia, habría escrito Miedo y Asco en El Paraje. La otra es de Manifiesto redneck, y se la he dicho hasta al lechuguino de Música Por La Paz. Dice: Si no puede matarte o dejarte mutilado de por vida, no es un deporte. La vuelvo a soltar. A Paco le flipa. Se levanta y hace palmas. Está sobrexcitado. Le digo que administre sus fuerzas, pero creo que no entiende ni una palabra de lo que digo. Después de todo, ¿qué coño vengo a contarle a un tío que ha roto una farola con una azada hace tres o cuatro horas?

Dani mira la hora y dice que deberíamos ir al bancal. Justo cuando llamamos a la camarera, una moto negra pasa por la carretera y pita. Parece El Increíble Hombre Bala, pero es el Franky. El tío por el que estoy aquí. Me contó la historia hace tres o cuatro sábados en Trémolo. El cabrón no podía terminar las frases. Se partía el ojete. El Ródenas también estaba. Franky hablaba de cuando Diego Mulero ganó en el lanzamiento de barril de cerveza de El Hurtado. El premio era su peso en cerveza, y por lo visto tuvieron que ir a buscar cerveza.

El récord de Diego es de 39,37 metros. Se lo repito a los tres como si fuera un entrenador y ahora fuera a colocar la cara a dos centímetros de las suyas y gritarles ¿ES QUE SON MEJORES QUE VOSOTROS? ¡JODER, NO! ¡NO SON MEJORES QUE VOSOTROS! Dani agita la palma de la mano –el gesto quiere decir déjate de historias-  y me dice que no me raye, que yo voy  a tirar. Me río y niego con la cabeza.

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Ojico a los premios, no se los salta un galgo.

En el bancal ya está todo montado. Yo todavía no he superado lo de tener un padre que sufre si llega a algún sitio y resulta que ya han terminado la obra y todo, así que me pongo nervioso. Lo que sí sé hacer es que no se me note. Hay dos bancales. En el de la izquierda se celebrará el concurso. El dispositivo está formado por tres legones, una red de seguridad, un triángulo de 40 metros de tiza y un tío que lleva una gorra roja esclafada en la cabeza y un metro en la mano derecha. En el bancal de la derecha está la carpa de inscripciones: una mesa, una mujer de unos sesenta años con sonrisa bonachona de haber criado a tres buenos zanguangos, una lista de participantes y una mesa para exhibir, de una forma casi pornográfica, las copas, los jamones, las botellas de vino y el saco de cebollas que se llevarán a casa los más forzudos. Al lado hay un remolque reconvertido en barra de bar. Hay bocadillos y cerveza gratis. En el tiempo que gastamos en pedir una birra, Paco ya ha lanzado el legón dos veces. Ya tiene colegas. Ya lleva tres.

Nos sirven cuatro latas. Dani y Tania se inscriben y yo le digo a la mujer de la sonrisa bonachona que tengo un problema en el hombro y no puedo hacer esfuerzos. Sí, un problema, dice Dani, como si le acabara de sacar del bolsillo las llaves del Corsa. Observamos a Paco. No solo tira más lejos que nadie, es que va a por el legón con un trote que está dando de qué hablar. Nos acercamos y le gritamos que dosifique. Grita: ¡No! ¿Cómo va a funcionar la máquina si no la engraso? Nos reímos. Dani dice: Diego Mulero tendrá su leyenda, pero Paco no se queda atrás. Dicen que, cuando instalaba aparatos de aire acondicionado con su padre, él se encargaba de sujetarle la escalera al viejo. Un día, a Paco senior se le resbaló un aparato y Paco, en lugar de quitarse, le pegó un puñetazo al aparato y lo mandó a tomar por culo. Te cagas.

Tania no dice nada. Se ha calado la gorra roja que regalan con la inscripción. Bebe. Le digo que esto es Murcia profunda. Ya veo, me contesta. Tiene la mirada clavada en un tío que está lanzando el legón con una riñonera a la altura del cuello. Un tío pasa a nuestro lado y nos dice: A vuestro amigo vamos a tener que emborracharlo, ¿eh? El Franky dice que es El Barbas. El Barbas se ha colocado a mi lado. Parece un buen tío. Se ríe todo el rato. Lleva el pelo un poco más largo que yo y tiene la piel moreno-trabajar-al-sol. Va sin camiseta. Si yo fuera más educado –o menos, no lo sé-, le preguntaría de cuántos meses está. ¡Ten cuidao con el fotógrafo, que la cámara vale más que siete azás desas! Es él, claro. Quizá ya sea amigo de la persona más graciosa de El Paraje. El Barbas es de esos tíos que enlazan una broma con otra, como si su propósito vital fuera que no te dieras cuenta de la cantidad de mierda que hay en el mundo. Cuanto más borracho, más lejos llegas. Lo malo es que a lo mejor te llevas un piazo pierna. Lo sabía: Si no puede matarte o dejarte mutilado de por vida, no es un deporte. Ahora dice: A tu amigo vamos a mirarle los hematocritos, que eso no se hace con macarrones. Eso es la enésima combinación paquiana de lanzamiento-a-tomar-por-culo y trote grácil para evaluar los daños. Recoge el legón, se lo deja a uno de sus nuevos colegas y viene hacia nosotros. La sonrisa se le va a salir de la cara. Yo tengo una melodía en la cabeza. No recuerdo la canción. Vamos a por birra.

Está atardeciendo. Discuto con Tania sobre si los atardeceres son mejores en la huerta murciana o en El Ampurdán. Paco y Dani se alejan y noto cómo traman algo. Los cabrones vuelven con una gorra. Para mí. Me han inscrito. A mí, la persona que primero vuela si el aire sopla más de la cuenta. A mí, que no sé si lloro demasiado o demasiado poco, ni qué coño significa ser un hombre y a veces me veo obligado a bañarme en piscinas a diez grados bajo cero o hacer mudanzas en soledad para demostrar que, bueno, lo estoy intentando. A mí. Dani dice que Hunter S. Thompson no se hubiera limitado a mirar. Es cierto, el cabrón habría tirado y rara se tendría que dar la historia para que no acabara la noche con la escritura de una casa en El Paraje. Pero yo qué sé. Paco me saca de dudas cuando me grita que tenga cojones. Esa frase es otro de los resortes que activan mi búsqueda de lo que significa ser hombre. En esa búsqueda voy corriendo en pelotas, gritando, apretando la mandíbula y tratando de quitarme la venda de los ojos. Así están las cosas: tengo cojones y voy a lanzar ese puto legón.

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Tania petándolo.

En el centro del bancal, Diego Mulero se ha hecho con el megáfono. Anuncia el comienzo del concurso. Dice: ¡Venga, apuntaos! ¿Es que estáis amariconaos o qué? Me cruzo con El Barbas  le pregunto si se ve con posibilidades. Me contesta: ¿Posibilidades? Sí, de emborracharme. Voy a mear entre los melocotoneros y cuando vuelvo me cruzo con un adolescente que le está explicando a un colega el tamaño de las tetas de una tía con la que se cruzó anoche. Yo creo que exagera, pero…Antonio Luis Fenollar dice que vamos a hacer un minuto de silencio en memoria de la pareja de Alguazas que ayer se ahogó en la playa. Detrás de mí, un viejo incrustado en una silla de plástico blanco rezonga: ¿Habéis llamado al médico? Silencio. Anda que íbamos a hacer minuto de silencio si se muere un gitano. Silencio. Pero claro, se mueren más castellanos que gitanos. Silencio. A su lado, otro viejo reza algo que no consigo entender. El minuto de silencio termina y aplaudimos. Le pregunto a Dani si ha entendido al viejo y me dice: No, a lo mejor solo ha tosido.

La encargada de inaugurar la categoría femenina se llama Esperanza. Lanza y Diego grita: ¡Muy bien, Esperanza! El Barbas no está de acuerdo: Esperanza está flojica. Al rato, lanza una mujer que va en plataformas. Tira fatal. El viejo que reivindica los minutos de silencio para los gitanos dice: ¿Pero cómo capullo va a tirar bien si viene en tacones? A esto se viene con apargates…En el segundo intento, Diego Mulero encuentra la forma de motivarla: Venga, Esperanza, con la fuerza que utilizarías para pegarle al Marioy tira mucho mejor, dónde va a parar.

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Dani petándolo.

Llega el turno de Tania y noto cierto orgullo forastero cuando manda el legón a tomar por culo. La melodía sigue sonando en mi cabeza. Un viejo con pelo blanco a la mitad de la cabeza ha olido sangre y viene a por mí. Para tirar esto bien hay que venir 100 años seguidos. Le pregunto si no cree que se ha pasado y, sorprendido, me contesta que si es que 100 años me parecen muchos. Yo pienso que esa es una buena pregunta para iniciar una amistad. El viejo me cuenta que él no ha tirado nunca, pero que sabe cómo se hace.

Tania ha quedado cuarta. Le damos la enhorabuena. Cuando pasa a mi lado, le saco el tema catalán al viejo. Tania tiene la mecha corta. El viejo nos cuenta que él curró muchos años en Figueres y que conoció a Dalí. Dice que era muy buena persona. La categoría masculina ya ha empezado y a un tío se le ha escapado el legón y ha acabado a pocos metros de las sillas –sillas soportando el peso de personas- que hay en el lateral. ¡Coño, si es un toro nos mata a tos! Es el viejo. Yo vuelvo al tema catalán: sé que ahí hay miga. Le pregunto de quién es la culpa. Me coge del brazo y me susurra: Nene, la culpa es del demonio. Sonrío y él se parte el ojete. Paco lanza y El Bigotes vuelve a decir lo de los macarrones y yo me vuelvo a reír, porque no tengo tanta confianza con él como para no reírme cuando repite una broma. El viejo dice que El Paraje es mejor que la playa. Mira, dice, señalando el bancal de los melocotoneros, aquí tienes más espacio para revolcarte con alguna. Vuelve a reírse y una muela de oro brilla en la oscuridad y me da una palmada en el hombro. Me río con él.

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Paco petándolo.

Y entonces dicen mi nombre por megafonía. La risa se me diseca. Silencio. Todos me miran. Trago aire. Intento hacer lo que hago cuando todos me miran y estoy nervioso –el gilipollas-, pero me doy cuenta de que voy demasiado borracho para caminar exagerando el balanceo de hombros. Lo sabía, joder: Si no puede matarte o dejarte mutilado de por vida, no es un deporte. Dani y Tania y Paco y Franky y el viejo me animan. Soy un hombre y tengo cojones. Quizá ser hombre sea esto, estas contradicciones, estas dudas e inseguridades, esta forma absurda de intentar aparentar que soy más duro que los puños de Manuel Puños De Acero, estos venazos. Quizá tire el legón tan lejos que tengan que ir a buscarlo con una linterna. ¿Quizá? ¿Qué digo? Voy a mandar este trozo de madera y hierro a Las Torres. Me encomiendo a Hunter S. Thompson. Trago aire. Dani tenía razón: él no se hubiera limitado a observar, habría hecho que sucediera algo. Algo. Suelto aire. Hubiera prendido una llama inextinguible en medi¡Venga, Harry Potter! Ese grito me saca a patadas de mi intento de alcanzar la paz espiritual. Al principio me enfado, pero me doy cuenta de que eso mismo es lo que yo hubiera gritado si hubiera nacido aquí y un gilipollas bigotudo de 60 kg viniera a mi pueblo a lanzar legones. Pienso en todas las cosas que me tocan los huevos –la ira es energía- y lanzo la azada.

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No te vayas a creer que el legón cayó justo después de echar la foto, ¿eh? Todavía voló un rato.

El legón vuela durante unos segundos y cae como un gorrión. Hago como que no estoy contento con mi lanzamiento –niego con la cabeza, me miro las manos buscando en ellas la explicación, brazos en jarra, sigo negando, pisoteo la tierra: escuela Cristiano Ronaldo-, pero lo cierto es que me sorprendo a mí mismo. Pensaba que el legón se me iba a escapar y se lo iba a incrustar a Esperanza o a la mujer de Mario en plena permanente o que me daría con el palo en la cabeza y habría mucha sangre, porque me habría llevado media pierna con el hierro. Sigo estirando el chicle de mi pretendida decepción. El Barbas me da la enhorabuena. Yo chasqueo y le digo que otro año será. Y él dice: Si lo que tienes que hacer es emborracharte, el resto da igual. El Barbas, mi colega. Vamos a por otra birra.

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Paco, la célebre filóloga Paloma Vicente y El Barbas muestran, orgullosos, el resultado de lo que mejor saben hacer.

Ha vuelto a ganar Diego Mulero. Todos respiran aliviados, como si el cielo fuera a esperar un año más para caer sobre El Paraje. Tania y Paco –séptimo- reciben sus copas y Dani y yo nos despedimos del viejo y de El Barbas. De camino al coche intento sacar alguna conclusión.  Creo que sigo sin saber qué significa ser un hombre. Me temo que seguiré haciendo loqueseaquetengaquehacer cuando alguien me diga que no tengo huevos. Me temo que seguiré bañándome con pingüinos aunque lo único que quiera en ese momento sea que mi madre me espere fuera con una toalla y un sándwich de Nocilla. ¡Coño! Grito en voz baja. La canción era Never change, de los Oblivians. Canto el estribillo: I understand some things will never change!!! Neeeever change!!! Neeeever change!! Lo guapo es que hay buenas noticias: no me he descompuesto al lanzar el legón. Tampoco he matado a nadie. Además, estoy seguro de que mañana tendré libre ese rato que dedico los domingos por la mañana a pedir disculpas. Intento mirar al cielo y tragar aire, pero un chorro de vómito me sube por la garganta. Decido no levantar los ojos de la carretera. Estas escenas nunca son idílicas.