Después de años tocando en Danny Rose & The Harridan Robbers, de colaborar puntualmente con Lelé Terol y de convertirse en una de las plumas más afiladas y lúcidas que se pueden leer por aquí, Javier Arnedo se atreve a publicar música bajo su nombre. El resultado, negrísimo pero no exento de la esperanza –y quizá la certeza- de una luz, se llama La Grulla y es un fresco sobre lo que nos pasa. Él y su guitarra. Encarando la verdad, bajando al pozo y borrando la historia para que solo quede la emoción, como repite agachando la cabeza y golpeando la mesa mientras botan los botellines de cerveza y el plato de almendras.
¿Cuándo empezaste a tocar la guitarra?
Yo empecé tocando un enchufe antimosquitos. Tenía unas hendiduras y ahí le daba yo. Hay que ser ridículo, la virgen. Eso fue con 14 años. Yo quería tocar el bajo, pero mi madre decía que eso era muy caro y que si quería tocarlo tenía que demostrar ilusión tocando la guitarra 30 años de mi vida. Entonces cogí la guitarra de mi tío, que tenía las cuerdas a un metro del mástil. Era imposible tocar aquello.